Michael Meschke © Michael Kersten
Escribo este mensaje a mi regreso de Banda Aceh, Sumatra, Indonesia, donde, la mañana soleada del 26 de diciembre de 2004, la catástrofe del tsunami golpeo más brutalmente. Ciento veinte mil muertos en algunos minutos, sumergidos de un golpe, por todas partes, incluso allí donde
pongo mis pies. En las caras de los supervivientes está escrita una negra desolación que rompe el corazón.
pongo mis pies. En las caras de los supervivientes está escrita una negra desolación que rompe el corazón.
Con algunos títeres en una maleta, vine para intentar distraer un poco a los huérfanos perdidos, errantes hasta las rodillas en los pozos de agua salada envenenada, que se niegan a partir. Habría hecho mejor en acarrear ladrillos con los obreros sudorosos que, por todas partes, levantan muros de casas destrozadas, si me lo hubieran permitido mis 75 años.
Ante las preocupaciones creadas a las víctimas por las
fuerzas de la naturaleza de tal envergadura, las marionetas permanecieron en sus maletas.
He aquí concentrada la impotencia de nuestros instrumentos.
Sin embargo, otras fuerzas destructoras, las de los hombres, no permiten el derrotismo. Después de cada conflicto ensangrentado, el hombre parece reclamar otra crisis. De pire en pire, no puede evitar balancearse en la cuerda floja de la última amenaza nuclear, como si estuviera inscrito en su condición humana. Todos nos vemos afectados.
En este año 2006, la humanidad corre hacia la polarización cada vez mayor de los distintos fundamentalismos, tanto al este como al oeste, a izquierda como a derecha. El método: mancillar lo que es más querido para el otro, ya sea el Islam, la libertad de expresión, la dignidad humana,
u otros valores esenciales. La marioneta en todo esto parece muy risible. Hace reír, pero no en el sentido tradicional, animando a su público: si no más bien por su impotencia.
Sin embargo, esta impotencia es la verdadera fuerza de la marioneta. Porque forma parte de ese “a pesar de todo” sin el que la humanidad habría perecido hace mucho tiempo.
Los tiempos cambian. El titiritero, que antaño quería salvar al mundo, ahora se da por satisfecho si puede vivir de su trabajo. Por lo tanto seamos modestos, sin por ello ceder al derrotismo: hagamos actuar a nuestras marionetas porque es lo que nosotros sabemos hacer, porque nosotros queremos el privilegio de tener como trabajo lo que más nos gusta – y porque esto continúa y continuará recompensados con las emociones que provocamos en tantos corazones.
Michael Meschke
(Alemania, actualmente Polonia),
Fundador y director del Marionetteatern de Estocolmo
Vicepresidente de UNIMA de 1976 a 1988
...
No hay comentarios:
Publicar un comentario